Saturday 1 November 2025
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eldiario - 1 days ago

El último capricho del rey Juan Carlos

“¡La democracia no cayó del cielo!”, proclama Juan Carlos I, como si la hubiera traído él mismo. Su mirada es la típica de las élites que se creen guardianas del destino colectivo: juegan al ajedrez de la historia moviendo peones y sacrificando piezas menores cuando lo exige la estrategiaEl rey emérito se atribuye la llegada de la democracia y dice que los 100 millones de Arabia Saudí fueron “un regalo” que no supo “rechazar” El libro del ciudadano Juan Carlos de Borb n se ha escrito mientras su protagonista vive refugiado en una lujosa residencia de Abu Dabi. Se publicar antes en Francia que en Espa a, porque -seg n se dice en su propia entrevista- el rey em rito encontr en una pluma francesa la disposici n que no hall en dos plumas espa olas. Al parecer, incluso Felipe VI le pidi que desistiera del proyecto, una biograf a que el propio autor anticipa que no gustar a muchos espa oles. Todo apunta, pues, a un gesto de capricho: el deseo infantil de tener la ltima palabra. Una entrevista zalamera y servil hasta el bochorno nos ha dejado ya los primeros titulares. Juan Carlos se presenta como un hombre herido, traicionado, v ctima de la ingratitud de su pa s. Es la t pica actitud del privilegiado: sentirse injustamente tratado cuando cesa el trato de favor. Y resulta parad jico, porque no hay en Espa a nadie que haya sido m s protegido que l. Durante d cadas fue literalmente la nica persona amparada por la Constituci n, incluso en el terreno penal. En la Inglaterra de la monarqu a absoluta se dec a he king can do no wrong , una f rmula que consagraba la inmunidad de los reyes: la ley emanaba de ellos mismos -y de Dios a trav s de ellos-, por lo que no pod an ser juzgados. De ah nacen los conceptos modernos de inviolabilidad e irresponsabilidad, que subsisten casi intactos en la monarqu a espa ola contempor nea. En teor a, el monarca constitucional act a siempre en representaci n del Go en la pr ctica, se trata de un privilegio que impide perseguir sus delitos. Los constituyentes, cabe suponer, pensaron que el rey no iba a del pasaron por alto la historia de casi todos los borbones anteriores. El entrevistador, de notable inclinaci n conservadora, apunta que las acusaciones de comisiones en una cuenta suiza o de acoso no han llegado a ninguna parte , obviando deliberadamente que el destino de las investigaciones estaba decidido desde el principio: la citada inviolabilidad garantizaba su cierre. La fiscal a y los jueces hallaron indicios de delitos fiscales, blanqueo de capitales y cohecho, pero archivaron los casos escud ndose en esa protecci n constitucional. Tan simple -y tan grave- como eso. A esa impunidad se suman otras prerrogativas. El C digo Penal reserva art culos espec ficos para proteger la monarqu a: en Espa a ha habido ciudadanos encarcelados por injurias a la Corona. En este sentido el exilio dorado en Abu Dabi no habr sido un gran cambio para Juan Carlos, quien ha reconocido sin pudor que el r gimen encarcel a un periodista que intent entrevistarlo -y al que liber l mismo, mediante su voluntad real-. Durante d cadas, adem s, el ciudadano Juan Carlos de Borb n cont con la complicidad de gobiernos, jueces y medios. Adolfo Su rez admiti que no se convoc un refer ndum sobre la rep blica porque se habr a perdido para los mon rquicos, y los periodistas ocultaron esa confesi n -y muchas otras cosas m s- hasta d cadas despu s. El CIS dej de preguntar por la salud democr tica de la monarqu a cuando los resultados empezaron a torcerse. Y cuando la situaci n se volvi del todo insostenible, PSOE y PP acordaron su salida ordenada y privilegiada: puente de plata al rey que hu a. Se sacrificaba al monarca para salvar la instituci n. Pero Juan Carlos no lo ve as . En su relato, los esc ndalos y delitos son probablemente el precio que Espa a debe pagar por los servicios prestados . El texto destila una desmesurada autocomplacencia y una alt sima consideraci n de su propio papel hist rico. La democracia no cay del cielo! , proclama, como si la hubiera tra do l mismo, y no un pueblo que se jug la vida por conquistarla. Su mirada es la t pica de las lites que se creen guardianas del destino colectivo: juegan al ajedrez de la historia moviendo peones y sacrificando piezas menores cuando lo exige la estrategia. No cuesta imaginar que, en su fuero interno, se vea a s mismo como un personaje tr gico, v ctima de la ingratitud de su tiempo. No tanto un Napole n -que perteneci a una generaci n que tuvo una tensa y afilada relaci n con los Borbones- sino como un Julio C sar abandonado por los suyos. No en vano, Juan Carlos subraya con insistencia que renunci heroicamente a los poderes que Franco le concedi , seg n dice, para crear un r gimen m s abierto . El libro har las delicias de las tertulias, pero aportar poco al trabajo del historiador. Es, al fin y al cabo, una biograf a: la suya. Intentar redimirse, matizar, justificarse. Dir algunas verdades, se sincerar de alg n modo -el tono de la entrevista sobre el franquismo ya apunta maneras-, y tambi n tratar de convencernos de cosas improbables, como que su muy amado general Armada, quien estuvo fielmente 17 a os a su lado, le traicion al convencer a los generales golpistas de que hablaba en su nombre. Sin duda, es un libro que apunta al desahogo. El de una persona incomprendida y frustrada. Alguien que al mirarse en un espejo se ve un h roe, pero al que todos los dem s ven como un privilegiado que abus de su condici n para perjuicio de la sociedad. H roe o villano? El tiempo permitir poner los matices donde corresponda, pero todo apunta a que los delirios de grandeza no est n justificados y que estamos ante otro exponente de una larga dinast a que siempre antepuso su inter s al de la naci n. Del corrupto reinado de Carlos IV a los exilios vergonzosos de Isabel II y Alfonso XIII, ambos huyendo bajo las s lidas acusaciones de corrupci n, Juan Carlos I pasar a la historia como un Borb n m s: uno que actu , sencillamente, como todos los anteriores. Mientras tanto seguir viviendo una vida de que no se queje tanto.


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