Sunday 19 October 2025
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abc - 3 days ago

La pobreza no es culpa de los pobres

Cada 17 de octubre, gobiernos y organismos internacionales repiten el ritual de la retórica sobre la pobreza: discursos, informes, campañas simbólicas. Pero mientras la solemnidad dura un día, millones de personas siguen viviendo en la miseria, invisibilizadas y culpadas por su propia situación. Es hora de romper la mentira: la pobreza no es culpa de los pobres. Es el resultado de decisiones políticas, económicas y sociales que concentran riqueza, precarizan el trabajo y perpetúan la desigualdad. Detrás de esta perpetuación está la aporofobia : el desprecio, el miedo y el rechazo al pobre que convierte la exclusión en norma y la indiferencia en virtud. El mito de la meritocracia ha sido la principal herramienta ideológica de esta violencia. Como analiza con precisión Máximo E. Jaramillo Molina en Pobres porque quieren: Mitos de la desigualdad y la meritocracia , se nos enseña que la pobreza es elección, que el esfuerzo individual lo determina todo y que el éxito depende exclusivamente del talento o la voluntad. Esa narrativa sirve para justificar privilegios, para responsabilizar a las víctimas de su situación y para anestesiar la conciencia social. La aporofobia funciona a la perfección en ese marco: el pobre no solo sufre exclusión material, sino que es culpabilizado, señalado y despreciado. Romper este mito requiere acción política inmediata y contundente. No basta con discursos, campañas de sensibilización o donaciones simbólicas. La pobreza se combate garantizando salarios dignos, derechos laborales efectivos, educación y salud públicas universales, vivienda adecuada, acceso a servicios esenciales y fiscalidad progresiva. Se combate cuando los gobiernos y las instituciones dejan de proteger los intereses de los ricos y comienzan a asumir su responsabilidad en la producción de miseria. La pobreza no es natural: es estructural y política, y mantenerla es un acto deliberado. El ámbito laboral es el terreno donde esta injusticia se expresa con mayor claridad. Salarios insuficientes, jornadas extenuantes, contratos temporales, despidos arbitrarios y criminalización de la protesta son prácticas habituales. Los trabajadores precarizados sostienen la riqueza de todos y, al mismo tiempo, son despojados de su dignidad y de sus derechos. La aporofobia laboral los convierte en «excedentes» sociales, invisibles y despreciables, mientras que los poderosos acumulan riqueza y privilegios sin límite. Este 17 de octubre no hay lugar para la neutralidad . Hay que denunciar a quienes producen y sostienen la pobreza, a quienes la naturalizan y a quienes la justifican con falsos mitos. Hay que exigir políticas públicas que redistribuyan recursos, leyes laborales que protejan a los trabajadores, educación y salud universales, salarios dignos y seguridad social para todos. Estar junto, con y para los pobres no es beneficencia: es política, justicia y obligación ética. Romper el mito de que la pobreza es culpa de los pobres significa enfrentar a los poderosos, cuestionar la estructura económica y transformar la cultura que normaliza la desigualdad. La pobreza no es un destino individual, sino una deuda histórica que la política puede saldar . Este 17 de octubre, no se trata de recordar a los pobres, sino de ponerse de su lado y exigir con fuerza lo que les pertenece por derecho: justicia, dignidad y vida.


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