Saturday 1 November 2025
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eldiario - 19 hours ago

Caminos inciertos en el Archivo de Alcalá

El mecanoscrito de La colmena hallado ochenta años después de que Cela lo escribiera constituye una pieza más en un momento en que tenemos que reinterpretar el franquismo y, en general, nuestra historia recienteExclusiva - El original inédito de La colmena que Cela envió a la censura en 1946 aparece en un archivo de Madrid Mi primera reacci n ante el mecanoscrito fue de asombro. Por unos minutos, mientras llegaba al final, pens por qu raz n habr a escrito Cela una versi n corta de La colmena en 1953, despu s de las sucesivas prohibiciones que hab a recibido en 1946 y en 1951. Luego, la fecha del final del mecanoscrito, 1945, me hizo dudar. Apenas recordaba ya las noticias de prensa en que se hablaba de unas cuartillas de esta misma versi n, que hab an aparecido en Francia y que la hija de No l Solomon hab a cedido a la Biblioteca Nacional en 2014. Ten a ante m un mecanoscrito continuo de 98 cuartillas que en la primera dec a: Caminos Iniciertos. I. La colmena. En realidad, en la sala de investigadores del archivo de Alcal estaba buscando otra cosa mientras hac a catas en los fondos y picaba expedientes para empaparme un poco m s en el tema que estaba trabajando. Recuerdo que era verano, final de verano, pero que hac a mucho calor en Alcal , y que al salir a las dos y media de la tarde, con el sol cayendo a plomo en el Paseo de Aguadores, a 38 grados o as , me sent a en una nube confusa intentando recordar de memoria las olvidadas referencias a Cela de las ltimas clases que hab a preparado. El Archivo de Alcal es un luhar muy especial. Es una inmersi n en las v sceras del estado, en la que de un modo aparentemente ordenado y por ministerios existentes o extintos, como cultura o A frica, se encuentra clasificada la documentaci n producida por cada oficina, desde las diputaciones hasta la presidencia del gobierno. El investigador, en la mayor parte j venes que se han doctorado o que van de camino, se junta ah con el arquitecto que busca un plano antiguo y el ciudadano que cree que va a encontrar la evidencia de una propiedad hoy en disputa. All se llega m s o menos temprano, se repasa el gran cat logo, s lo aparentemente ordenado, y con paciencia de relojero se piden cajas, hasta diez al d a, dentro de las cuales hay expedientes, legajos de documentos, o carpetas con materiales completamente dispares: desde el seguimiento a oponentes pol ticos en la transici n hasta los concursos de traslados de las plazas de instituto. Luego, en 15 minutos o as , llegan las cajas. El investigador se pone guantes, es lo recomendable, porque la documentaci n ha pasado de una caja deteriorada a una caja nueva, pero los expedientes dentro pueden estar llenos de hongos o de manchas de humedad. Al abrir uno a uno los expedientes de una caja, y manejando s lo uno a la vez, con papel, l piz y el ordenador encendido, se tiene la sensaci n de estar haciendo una endoscopia a las v sceras de aquel estado tan aparente. Lejos del sistematismo de las oficinas, los registros, los reglamentos, los protocolos, la ley, aparecen los documentos. Entre ellos, rutinariamente, repasando las ediciones y reediciones del a o 1953, me encontr con ese sobre, el 61bis-46. Por la tarde, volv . Con las ideas m s claras comenc a leer la novela, y empec a ver que se trataba de una versi n inicial pero completa, en la que pod a reconocer muchas de las secuencias m s famosas, pero tambi n lagunas y cierto desorden respecto a c mo yo la recordaba. En los d as siguientes, reconstru un poco los contextos, me met en la bibliograf a cr tica y me di cuenta de que se trataba probablemente de una copia o del original del manuscrito que fragmentariamente la familia del hispanista franc s No l Solomon hab a entregado a la Biblioteca Nacional en 2014. Un documento muy valioso, no s lo para entender la novela, porque a veces las novelas dicen m s por lo que no cuentan o por lo que se decide eliminar a ltima hora que por lo que directamente afirman, sino tambi n para entender a Cela, el primer franquismo, la fuerte anomia social del a o 45, y el mismo modo en que le amos el libro. Muchas veces los cr ticos tendemos m s a quedarnos con lo ltimo que el autor dijo de s mismo, que con el esfuerzo y el trabajo, con el modo en que fue censurado o se autocensur . En aquel sobre estaba todo, el punto de partida para entender una obra central con la que hemos imaginado la historia de Espa a y, al hacerlo, nos hemos imaginado a nosotros mismos. Es innecesario subrayar el papel que tuvo La colmena, primero la novela de Cela y luego la versi n cinematogr fica de Mario Camus, en la educaci n literaria de gran parte de las generaciones que hicimos el bachillerato y el COU. Era un gran salto. Pero m s all de lo literario, y en esto siempre hay una discrepancia con los historiadores, la novela ha tenido un peso hist rico fundamental, no porque diese una visi n exacta o fotogr fica de lo que despu s se llam el tiempo de silencio , sino porque gran parte del conocimiento de la poca, de nuestra imagen del franquismo vino a trav s de esta representaci n literaria. Del mismo modo que los liberales no le an la historia de Espa a en Modesto Lafuente, sino en los Episodios de Gald s, nuestra primera aproximaci n al franquismo no fue a trav s de las monograf as de Tu n de Lara o Fontana, sino a trav s de novelas como La colmena. Para bien o para mal, este papel de la imaginaci n literaria en la construcci n de las identidades pol ticas est siempre ah , como una mediaci n inc moda, pero realmente existente. Y el peso de La colmena fue fundamental. Ahora este nuevo testimonio nos obliga a elaborar un retrato m s complejo de c mo La colmena lleg a ser lo que es. Se puede analizar como la versi n final, plenamente autorizada en Espa a en 1963, cuando ya era Manuel Fraga y no el muy cat lico Gabriel Arias Salgado ministro de informaci n y Turismo, es el resultado de la obstinaci n de Cela, pero tambi n de sus auto-correcciones y en ltima instancia, y parad jicamente, de la censura. Si se hubiera admitido la versi n presentada en enero de 1946 o Cela hubiese obedecido al iracundo censor, padre de Lucas, las cosas habr an sido diferentes. Pero no. Tendemos a fetichizar los vestigios de los autores y autoras, especialmente de aquellos que se consideraron can nicos, el valor del material archivado va mucho m s all de ser un puro fetiche que, imaginariamente, pareciese situarse cerca del autor, crear un imaginario efecto de presencia. Lejos de ser una reliquia, el manuscrito nos permite interpretar con m s evidencia como trabajaba un autor. Ver sus dudas, sus a adidos, sus supresiones y por supuesto, las intervenciones de la censura. En el caso de La colmena, la primera edici n nos permite ver tanto aquellas continuidades, ciertos conceptos y referencias que se repiten, su resistencia a aceptar ninguna correcci n de la censura, como sus dudas, sus cambios: nos permite ver la literatura como un proceso de lucha, prolongado en el tiempo, en el que la forma final, aparentemente perfecta, limpia, es a veces lo menos interesante. No es el caso de La colmena. M s all de que su lenguaje pueda haber envejecido, su visi n cruda de la postguerra, y su propuesta formal, muy bien analizada, es muy valiosa. Vemos por ejemplo, que desde 1945, frente a los Eugenios, los Javier Mari o o las Marionas Rebull, Cela ten a muy claro que quer a hacer una novela de personaje colectivo, que cuestionase la narrativa pica del primer franquismo, que no tuviese nada que ver con la literatura cat lica y que fuera dos cosas: primero una fotograf a del Madrid de posguerra, y despu s, y esto en el mecanoscrito se ve claramente, una representaci n menos fr a, con m s fuerza, que consiguiese transmitir la sordidez del a o 43 y el olor a miseria. Ese lenguaje spero y bronco, salaz y excesivo, escatol gico a veces, que despu s l casi acabar a autoparodiando, no estaba al principio. Fue el resultado de una b squeda, que ahora que ve la luz ese primer mecanoscrito de 1945, podemos documentar con m s evidencia, que lo llev a ensayar primero formas objetivas de narraci n, en las que el narrador es una instancia fr a, en la l nea de lo que despu s ser a la generaci n de los a os cincuenta, por formas expresivas, a veces pat ticas, a veces fuertemente sat ricas, en las que se trasluce un fondo nihilista. El mecanoscrito es s lo una pieza m s en un momento en que tenemos que reinterpretar el franquismo y, en general, nuestra historia en su complejidad. Una auto-interrogaci n de la que forman parte trabajos tan notables como las recientes contribuciones de Nicol s Sesma, Maxi Fuentes Codera, Zira Box, Xos Manoel N ez Seixas, Lourenzo Fern ndez Prieto, Fernando Larraz, Juli n Casanova. C mo hemos llegado hasta aqu ? C mo es posible que el pasado nunca est completamente muerto? Por qu reaparece? Tal vez nunca se ha ido. La colmena 1945 es, en ltima instancia la posibilidad de pensar de nuevo una poca y a un autor que estuvo en el centro de aquel mundo literario desde 1942 hasta pr cticamente el final del siglo. No es poco.


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