Saturday 1 November 2025
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abc - 20 hours ago

Monsieur Aznavour , la historia de ambición, éxito y dolor del tiburón de la chanson

Cuentan en la película Monsieur Aznavour que, buscando un eslogan con gancho para vocear por las calles de París y atraer a la gente al restaurante que regentaban, los Aznavourian se dieron cuenta de que su apellido no rimaba con nada que quedara bien. «Chez les Aznavourian, on mange bien» («En casa de los Aznavourian, se come bien»), propuso el pequeño de la familia. La idea no estaba nada mal para un crío de ocho años y fonéticamente rimaba a la perfección, pero prefirieron este otro: «Chez Aznavour, tout le monde court» («A casa de los Aznavour , todos corren»). Que tampoco es que fuera gran cosa. Ese recorte de tres letras tuvo que obedecer a algo más, y perfectamente pudo ser un intento de afrancesar el apellido para evitar la mirada por encima del hombro de la xenofobia. Pero tampoco funcionó, entre otras cosas porque daban de comer gratis a la gente pobre y así las cuentas no salían, de manera que tuvieron que cerrar el negocio y el joven Shahnourh Varinag Aznavour ( lo de Charles fue otro afrancesamiento sin el cual no se hubiera comido un rosco en el mundo del espectáculo), su hermana y sus padres se vieron abocados a una situación rayana con la indigencia. La penuria marcó la vida del futuro ídolo de la chanson desde antes de nacer. Hijo de inmigrantes armenios que huyeron del genocidio perpetrado por el Imperio Otomano, apenas tuvo para comer hasta que su infinita perseverancia para triunfar en la música cristalizó en una velada en el Teatro Olympia que cambió su destino en 1953, después de años y años de actuaciones en auditorios semivacíos. Tras aquel primer éxito que por fin enfiló su carrera por el buen camino, Aznavour ya no paró de trabajar espoleado por esa ambición que solo tienen los que han pasado hambre. Tanto fue así que descuidó todo lo demás incluyendo a sus familias , en plural porque se casó tres veces y tuvo cinco hijos. La ansiedad que le generaba el mero pensamiento del descanso y del cuidado de los suyos en detrimento de su carrera, lo convirtió en unos de esos workaholics que están convencidos de que si se quedan quietos se mueren, como los tiburones. «Es una comparación perfecta, ya lo creo», dice el polifacético artista Fabien Marsaud, que combina la poesía y el cine con el seudónimo de Grand Corpse Malade y ha dirigido este biopic sobre el legendario cantante. «Su obsesión con el éxito indudablemente viene de haberlo pasado muy mal, tanto él como sus padres, que llegaron a Francia como refugiados. De hecho, de esta película se puede extraer un mensaje que espero que resuene en la sociedad francesa actual: hay que acoger a la gente que huye de la guerra, la opresión y la miseria. Por humanidad, y porque entre toda esa gente que llega en patera puede estar nuestra próxima gran figura cultural». Marsaud tuvo claro desde el principio del proyecto que aunque fuera obligatorio mostrar la etapa de éxito y opulencia de Aznavour (vendió nada menos que 180 millones de discos y fue bastante manirroto), lo interesante era contar todo lo que ocurrió antes de convertirse en una estrella. Lo que en definitiva explica su inagotable ambición. Ese apetito insaciable por la gloria que lo convirtió en un icono tan duradero que hasta Bad Bunny lo ha sampleado en una de sus canciones. El encargado de dar vida al autor de La Bohéme es Tahar Rahim, que a pesar de su reticencia inicial ante el reto de encarnar a semejante coloso de la cultura popular gala, impresiona con una fabulosa interpretación por la que ha sido nominado al premio César al Mejor Actor este año. «Cuando le llamamos para proponérselo nos contestó: «¿Pero estáis locos o qué? Dijo que no y colgó» , cuenta Marsaud. «Al cabo de un rato nos llamó de vuelta y nos pidió el fin de semana para pensárselo. Y el lunes, después de haberse leído libros y visto documentales sobre el personaje, nos dijo que adelante». Debió ser un fin de semana de pura metamorfosis en el que Tahir pasó tantas horas estudiando a Aznavour, que casi se convirtió en él. Porque la brutal capacidad de imitación gestual que despliega en la película deja sin palabras. «Eso era importantísimo, claro», afirma Marsaud. «Charles era más que un cantante, era un intérprete con dotes narrativas poderosísimas. Quien se metiese en ese papel tenía que absorberlo al máximo y Tahir lo ha conseguido, sin ninguna duda».


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