Monday 13 October 2025
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abc - 15 hours ago

La cura del terreno quemado: proteger el suelo antes de las lluvias

Más de 140.000 hectáreas arrasadas , paisajes fundidos a negro y una importante masa forestal dañada o directamente perdida. Ese es el balance medioambiental que ha dejado en Castilla y León la peor ola de incendios de su historia reciente. La temporada de alto riesgo acaba de culminar este domingo y, aunque se ha declarado el riesgo medio hasta el 31 de octubre por las «condiciones climáticas actuales y las que se esperan en los próximos días» con temperaturas aún cálidas, es momento de analizar las zonas dañadas y ponerse en marcha para buscar una cura para aquellos terrenos asolados por el paso del fuego. Lo primero, señalan expertos del ámbito forestal y ecológico, sería hacer una especie de triaje , utilizando los mismos términos que en el ámbito sanitario, para determinar cuales son las superficies que más han sufrido y determinarlos como «prioritarios». De ese análisis, para el que exigen «rigor» y la presencia de criterios «técnicos» , dependerá en gran medida la recuperación de las zonas afectadas, cuyos plazos pueden ir desde «la década» hasta la imposibilidad absoluta. Desde el Grupo de Ecología Aplicada y Teledetección (GEAT) de la Universidad de León, los especialistas han salido ya al campo y trabajan con imágenes satelitales para elaborar lo que denominan «mapas de severidad» con los que colaborar en los estudios y labores que comienzan a partir de ahora, detalla la catedrática de Ecología Elena Marcos. Lo «más urgente», consideran, es proteger el suelo de las áreas más perjudicadas por el paso de las llamas. «Se trata de ver en qué zonas hay grave riesgo de pérdida de las cualidades del suelo por erosión», explica el doctor, profesor y miembro del Instituto Universitario de Investigación en Gestión Forestal Sostenible de la Universidad de Valladolid José Arturo Reque. Ahí la actuación debería ser «rápida» para anticiparse a las posibles lluvias fuertes que podría traer consigo el otoño y que harían mucho más daño a un terreno ya muy tocado. Estas serían, según dice, zonas de «pendiente elevada » donde la «intensidad» de las llamas ha sido «fuerte». Las cenizas pueden contribuir a enriquecer el terreno, pero el problema puede llegar si hay fuertes chubascos que arrastren esas primeras capas en las que se encuentran «la mayor parte de los nutrientes» del terreno, con el perjuicio que puede tener para su desarrollo posterior. Teniendo en cuenta también que hay que evitar que haya una contaminación de ríos y arroyos , que podría llegar a afectar también a la fauna, incide la investigadora leonesa. Es aquí donde los especialistas apuestan por las denominadas técnicas de «ingeniería blanda» que actúen de barrera. Se trata de las denominadas albarradas -pequeños muros de piedras o vegetación del terreno-, fajinas vegetales o el acolchado con paja, cortezas y ramas para proteger el suelo en caso de precipitaciones intensas. «Esas son actuaciones sobre el terreno que pueden hacerse de forma ágil», considera Reque. Tareas que, según explica, podrían «acometer las propias cuadrillas y brigadas cuando el riesgo pase». Así que estos primeros meses van a ser «cruciales», dicen ambos expertos, para que la recuperación sea lo menos complicada posible. «Las capas más fértiles son ahora mismo suelo desnudo. Si se pierden, puede llevar generaciones recuperarlas», advierte Reque, porque el proceso de formación de suelos es «muy lento». Por eso, rechazan medidas improvisadas o la reforestación descontrolada. Es más, cuentan que las áreas de matorral elevadas pueden tener una recuperación «relativamente rápida», de en torno a «una década». Clave será también que la vegetación de la Península Ibérica «hace miles de años» que está «adaptada al fuego», de tal manera que hay especies que «rebrotan por sí solas», como los robles y otras que, como los pinos, dispersan semillas en el propio incendio. Y esa sería, según explican, una segunda fase que tendría que llevarse a cabo durante la primavera. Comprobar en qué zonas ha habido una regeneración por sí sola -también en los pastos- y en cuales no, para adoptar medidas. Habrá espacios, recuerdan, como por ejemplo los castaños «ya maduros» de Las Médulas (León), que será muy complicado que se restablezcan y quizá requieran repoblación.   Será también el momento de «estudiar muy bien la restauración para que no vuelva a suceder y para no generar más perjuicios que beneficios», expresa la catedrática de la Universidad de León. Se abre también ahora, dentro de la catástrofe sufrida, «una oportunidad» para «repensar qué tipo de ecosistema queremos», «planificar en función de cómo se está usando el territorio». «La gente que vive allí es la que mejor lo conoce», defiende esta investigadora. «Es complejo. No son soluciones fáciles y requerirán un trabajo coordinado», afirma, pero con una «gestión planificada» podrían tomarse medidas para afrontar mejor los fuegos en el futuro. «Todo, haciendo partícipe a la ciudadanía», mantiene, antes de apostar también por una gestión de los montes o mantener zonas claras con desbroces. «Ayudará también a las propias especies de los árboles, a que gestionen mejor las plagas o las sequías, por ejemplo», considera. «Tenemos que asumir que el monte en los últimos cuarenta años se ha cargado de combustible porque no vivimos en los pueblos y no hay ganado», resalta Reque, y también que «la situación de este año se va a repetir a no mucho tardar y que hay zonas que se van a quemar». Una primavera «lluviosa», con calores «extremos en verano» son una «bomba de relojería». Por ello, aseguró que «hay que evitar que los incendios tengan unas dimensiones descomunales y que afecten a poblaciones y a personas». La receta para esto, expresa, son las acciones que, a su juicio, deberían marcar el «medio o largo plazo». Por un lado, apuesta por «ordenar y compartimentar el territorio» de forma que, «asumiendo que puede haber un fuego», se realicen «descontinuidades de combustible a nivel horizontal y vertical». Es decir, cortafuegos «que no tienen por qué ser de suelo desnudo, pero sí de disminuir la vegetación para que no se descontrolen». También habla de «líneas de defensa» en los municipios porque en «muchos núcleos de población» lo que se denomina combustible forestal llega hasta los propios pueblos. Entran en este punto ya los «terrenos particulares» y «el tema de la propiedad», también de ayuntamientos que tendrían que «promover» que esas parcelas estén más limpias de forma que los incendios «sean más fáciles de apagar y no se ponga en peligro a la población». Será aquí necesaria, insiste el experto, la «coordinación» entre administraciones. Otra de las propuestas es que se mantenga «la ganadería extensiva para desbroces» porque, además, podría actuar «en muchas hectáreas». La consecuencia será, dice, «un paisaje con menos continuidad de combustible». La siguiente apuesta sería la selvicultura para hacer frente a la densidad y que «lo que se corta tenga valor comercial». «Deja así de ser una inversión y pasa a ser un aprovechamiento», resume. «Tenemos que reconocer también que existe un servicio forestal de extinción, tanto del Estado como de la Comunidad, puntero a nivel mundial y que si no llegamos a tenerlo se quema el doble de superficie, seguro, lo cual no quita que ahora nos toca asumir y aprender de los errores de una situación de catástrofe», concluye.


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