Monday 13 October 2025
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abc - 3 days ago

Borges/tango: ¡che!, compadrito, qué bien lo hemos pasado

Borges y yo, recuerdo de un amigo futuro es un espectáculo producido por el siempre emprendedor y atrevido Salvador Collado en el que el recuerdo de Borges y el tango, la palabra y la música crean una atmósfera que envuelve. Hoy, por borgiano y por tanguero, no escribiré el consabido artículo de crítica que acostumbro y me voy a dejar ir con algo de literatura amarrada a ese tango que es burlón y compadrito, que nació tango, y, como un grito, salió del sórdido barrial buscando el cielo. Así que ¡allá vamos! La actriz argentina Andrea Bonelli es la voz -a veces, h otras, cantada- que nos guía por un territorio donde los cuentos emergen como raros diamantes, brillando entre sombras, entre climas que no se nombran, pero se sienten. Su decir no es solo interpretación: es invocación. Cada palabra que pronuncia parece brotar de un lugar profundo, como si viniera desde el centro mismo de un laberinto. Y es que en este espectáculo no se trata solo de contar historias, sino de habitar los misterios que las sostienen, de dejarse arrastrar por sus pliegues, por sus bifurcaciones, por sus silencios. Allí, en ese mundo de pasajes secretos y espejos enfrentados, se nos presenta el Borges del otro lado de Borges. No el académico, no el erudito de las bibliotecas infinitas, sino el que se asoma al abismo de lo inexplicable, el que se deja fascinar por lo que no puede ser dicho del todo. Es el Borges que intuye, que sueña, que se pierde a propósito. El que sabe que hay preguntas que no buscan respuesta, sino resonancia. No sé si los senderos se bifurcan o si, más bien, nos encontramos en aquel rincón del sótano al que baja Borges y contempla el Aleph. Pero lo cierto es que, desde los textos, surge una impronta que nos alcanza con la fuerza inmediata de ciertas frases capaces de abrir velos en los horizontes de nuestra existencia. Frases que no explican, pero iluminan. Que no resuelven, pero acompañan. Y todo ello, quizás, nos envuelve el corazón con sabor a tango. Porque sí, hay tango. Y no como adorno, no como fondo, sino como médula. El espectáculo concebido por la actriz alemana Hanna Schygulla -gran admiradora de Borges- entrelaza relatos del escritor argentino con tangos populares como Volver, Uno, Cuesta abajo, La última curda , entre otros, y con música instrumental original compuesta por el talentoso Peter Ludwig, interpretada magníficamente por Shino Onhaga al piano y Cristina Chiappero al violonchelo. ¡La música, Dios, la música! ¡Qué seríamos sin la música! La propuesta no es una simple yuxtaposición de textos y canciones: es una alquimia. Una fusión que transforma cada elemento en algo nuevo, inesperado, vibrante. Hanna Schygulla, con toda su experiencia, su trayectoria y su sensibilidad, asume la dirección escénica con una entrega que se percibe en cada gesto, en cada pausa, en cada transición. Su mirada no busca ilustrar a Borges, sino dialogar con él. Se trata no de explicar sus cuentos o sus textos, sino de abrirlos, de dejarlos respirar, de permitir que se mezclen con la música, con la voz, con el cuerpo, con el silencio. Así, el espectáculo nos invita a sumergirnos en el universo particular del autor de Ficciones , pero también en la poesía del tango, en su música, en su melancolía, en su desgarro y su filo. Nos volvemos, por un instante, borgianos, bonaerenses y milongueros. Nos sentamos en la penumbra del teatro y, sin movernos, viajamos por pasajes de tiempo y memoria, por patios en sombra, por esquinas donde el destino se juega en una mirada o en una puñalada… ¡Ay! ¡Qué pasa con el Negro y Martín Fierro! Los textos y la música se entrelazan con una delicadeza que roza lo onírico. No hay ilustración literal, no hay redundancia. Hay ecos. Hay correspondencias. Hay una suerte de psicodelia emocional que nos lleva, sin darnos cuenta, a lo misterioso, a lo laberíntico, casi a lo inefable. Y todo eso, claro, al compás del tango y con el sabor del arrabal y con un lenguaje: «Por tu milagro de notas agoreras nacieron, sin pensarlo, las paicas y las grelas, luna en los charcos, canyengue en las caderas y un ansia fiera en la manera de querer.» Porque el tango no es solo dolor, ni solo desgarro, ni solo pasión. El tango también es catarsis. Es memoria que se canta. Es Borges frente al detective racional y erudito Erik Lönnrot. Es pasado que se reinventa en cada interpretación. Y aunque en esta propuesta escénica no hay lugar para la nostalgia en su forma más literal, sí hay una evocación profunda de ese universo que sentimos como propio, aunque no lo hayamos vivido y carancanfú se haga a la mar con tu bandera. Un pasado arrastrado sobre texto y música, que se cuela en el presente con un poco de humor, con un poco de ironía, con una ternura que desarma. Los tangos que todos conocemos —esos que parecen haber estado siempre ahí, como parte del aire— son utilizados aquí de una forma poco habitual. No se cantan para ser recordados, sino para ser redescubiertos. Se vuelven materia viva, se funden con las historias, con las palabras, con los silencios, con Borges, con María Kodama, con la Bonelli. Y en esa fusión nace algo nuevo: una alquimia narrativa que transforma lo conocido en misterio, lo cotidiano en símbolo, lo popular en arte. Las pequeñas historias que se cuentan -o que se sugieren- hablan de esperanzas frustradas, de realidades que solo lo son en apariencia, de amores que se desvanecen como humo, de identidades que se multiplican como reflejos en un espejo roto, donde Borges mira a Borges. Es una cadena de asociaciones, un tejido fino y frágil donde cada hilo es una emoción , una imagen, una pregunta. Y otra vez, como al principio, volvemos al laberinto. A ese mundo donde los seres transitan por misterios que quizás nunca lleguen a develarse. Pero no importa. Porque, como dijo el propio Borges, «oyendo un tango viejo sabemos que hubo hombres valientes». El tango nos da a todos un pasado imaginario. Y estudiar el tango —como estudiar a Borges— no es inútil: es estudiar las diversas vicisitudes del alma. Es Borges. Es el tango. Somos nosotros, sentados en la butaca del teatro, añorando el baile, la esquina, la palabra justa, el gesto que no se olvida . Y cuando cae el telón, cuando se apagan las luces, algo queda vibrando en el pecho. Una frase, una melodía, una imagen. Algo que no se puede explicar, pero que nos acompaña. Algo que nos dice, en voz baja: «Che, compadrito… qué bien lo he pasado». La lástima es que en este Toledo siglo veinte, cambalache, problemático y febril, el Teatro de Rojas estuviese más que medio vacío. ¡Ajajá!, ¡Qué desencanto más hondo, qué desencanto brutal! ¡qué ganas de echarse en el suelo y ponerse a llorar! Título: Borges y yo, recuerdo de un amigo futuro . Autor: Textos de Jorge Luis Borges . Versión: Hanna Schygulla y Andrea Bonelli . Dirección: Hanna Schygulla. Intérpretes: Andrea Bonelli, Shino Onhaga (piano) y Cristina Chiappero (violonchelo). Música original y arreglos: Peter Ludwig. Escenografía: Oria Puppo . Iluminación: Eli Sirlin. Producción: Salvador Collado (Euroescena). Escenario: Teatro de Rojas.


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