Sunday 19 October 2025
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abc - 17 hours ago

La política del desprestigio

Una cita de diplomacia cultural tan relevante como el Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), celebrado en Arequipa (Perú), se ha convertido en otro ejemplo de la intromisión de la política del Gobierno. Que el director del Instituto Cervantes, institución que debe promover la cultura española en el mundo, se haya prestado a protagonizar de manera pública y notoria un altercado contra el director de la Real Academia Española , con viles descalificaciones, tiene consecuencias que van más allá de la anécdota. No le importó el desprestigio de las instituciones culturales españolas en Hispanoamérica por ese lamentable espectáculo cainita, que responde a intereses del Gobierno en la elección del próximo director de la RAE. El Ejecutivo no ve con buenos ojos que pueda ser Juan Luis Cebrián, periodista crítico con el sanchismo, el candidato a relevar al actual director de la Docta Casa. ¿Tienen ya un favorito para lograr el apoyo de la institución a su agenda política, al contrario de lo sucedido en 2020 con el lenguaje inclusivo? El episodio ha eclipsado el valor real de este encuentro, en el que ha destacado el trabajo conjunto de las 23 Academias de la Lengua asociadas en Asale y lideradas por la RAE. Ese trabajo, sobre los ejes del programa académico –el impacto de la IA, el mestizaje y la importancia del lenguaje claro en las leyes y el trato con el ciudadano–, ha dado los frutos que sólo un trabajo continuo, riguroso y lleno de ambición puede lograr. Debe ser elogiado, y más cuando se ha impuesto a un contexto tan deletéreo de otro tipo de ambiciones personales. La guerra declarada desde el Cervantes contra la Academia ha llevado a que durante el CILE se haya escenificado una ruptura de las dos instituciones más importantes de la cultura española, con dos homenajes separados a Mario Vargas Llosa. Si hubiese reinado el decoro, cualquier problema de protagonismo debería haberse resuelto fuera de la vista del público. Es imperativo que ambas vuelvan a poner por encima de sus legítimas pretensiones el apoyo conjunto al idioma, patrimonio de más de 600 millones de hablantes. La importancia del español para el desarrollo, por su potencialidad en la economía, la tecnología y también los valores, está por encima de cualquier otra consideración. La pérdida de lucidez sobre la magnitud del idioma y la necesidad de trabajar unidos para extender su influencia, es el último daño que la politización de las instituciones ha traído a nuestra sociedad. Sólo el Rey, una vez más, defendió este alto cometido en su discurso: «Esta reunión es, también –y más allá, incluso, de la lengua–, un ejemplo de comunidad de valores: una conversación en torno a lo que une, no a lo que separa, una valiosa lección en tiempos en que se oye hablar de competencia, de rivalidad, de desconexión, de resurgimiento de bloques, de intereses y no de cooperación». Fernando VII en 1814 actuó contra los académicos afrancesados. La Inquisición en 1815 intentó cambiar la acepción de caos para adecuarla al dogma. Primo de Rivera y Franco maniobraron para poner académicos afines o apartar a los desafectos. En democracia no había habido injerencias políticas en la RAE , hasta ahora. García Montero, nombrado por Pedro Sánchez, ha sumado su empeño a esa larga historia de intromisiones. Los académicos siempre se han resistido dignamente. No siempre pudieron vencer, pero saben que su autonomía del Gobierno es un patrimonio irrenunciable. La sociedad española hará bien en defender los últimos espacios de independencia de un poder que quiere invadirlo todo. El deterioro de las instituciones es también el termómetro de la salud democrática de una sociedad. La batalla en el lenguaje es, también, la de la libertad.


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