Friday 14 November 2025
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eldiario - 9 days ago

La farsa de la inclusión forzada

Llamar “forzada” a la inclusión es, además, un insulto para quienes llevamos años peleando porque se reconozca lo obvio: que todos formamos parte de la sociedad y que todos tenemos derecho a vernos representados. No se trata de cuota ni de capricho, sino de justicia y de verdad Hay una expresi n que se ha puesto de moda de un tiempo a esta parte en foros, redes y tertulias de sobremesa: inclusi n forzada . Se usa para quejarse de la presencia de mujeres, personas racializadas, personas LGTBI o con discapacidad en pel culas, series, anuncios o incluso en la pol tica. La frase suena contundente, pero no deja de ser lo que es: una aut ntica mierda. Porque detr s de esa supuesta denuncia hay una idea profundamente reaccionaria: que lo normal es un mundo homog neo, blanco, masculino, heterosexual y sin cuerpos diversos. Cualquier desviaci n de esa postal artificial se presenta como una imposici n. Pero la realidad, aunque incomode a algunos, es que la diversidad no se fuerza: existe. Est ah en las calles, en las familias, en las aulas. Invisibilizarla, eso s , ha sido una estrategia cultural durante siglos. El truco es tan viejo como eficaz. Llamar forzada a la inclusi n es culpabilizar a quienes nunca estuvieron en el centro de la narrativa. Es como si la ausencia de mujeres protagonistas, de h roes negros, de personajes con discapacidad o de familias LGTBI hubiera sido lo natural, y no el resultado de un sistema que los borraba sistem ticamente. Eso no era exclusi n forzada? Cuando alguien dice que tal serie tiene demasiada diversidad metida con calzador , lo que en realidad confiesa es que no est acostumbrado a no ser el centro de atenci n. Es el s ndrome del ni o que siempre tuvo todos los juguetes y que ahora se queja porque le toca compartir. El problema no es la inclusi n: es la p rdida de un privilegio que se daba por hecho sin posibilidad de ser discutido. Lo m s curioso es que, si observamos bien, la supuesta inclusi n forzada apenas compensa d cadas o m s bien siglos de ausencia. Por cada pel cula con un reparto diverso hay cientos de otras con el mismo molde repetido hasta el aburrimiento. Por cada anuncio en el que aparece una persona con discapacidad, hay miles en los que brillan por su ausencia. De verdad es forzado que empecemos a reflejar un poco mejor la sociedad real? La expresi n tambi n revela miedo. Miedo a que el relato cambie, a que los referentes ya no sean siempre los mismos, a que los ni os y ni as crezcan viendo h roes y hero nas que se parecen a ellos aunque lleven silla de ruedas, velo o un apellido extranjero. Y claro, para quien lleva toda la vida viendo que solo los que se parecen a l son los que triunfan, ese cambio se percibe como una amenaza. El t rmino inclusi n forzada es, en el fondo, una cortina de humo. Sirve para ocultar lo verdaderamente inc modo: que la exclusi n nunca fue casual. Que hubo una selecci n consciente de qui n merec a ser visible y qui n deb a permanecer en la sombra. Y que ahora que esas sombras empiezan a llenarse de rostros, de cuerpos y de voces diversas, los guardianes de lo viejo necesitan un eslogan para deslegitimarlo. Llamar forzada a la inclusi n es, adem s, un insulto para quienes llevamos a os peleando porque se reconozca lo obvio: que todos formamos parte de la sociedad y que todos tenemos derecho a vernos representados. No se trata de cuota ni de capricho, sino de justicia y de verdad. Quiz la pr xima vez que alguien suelte el t rmino, lo que habr a que responderle es sencillo: lo que te molesta no es la inclusi n, sino que el relato ya no es solo tuyo. Y eso no es forzado: es justo. La diversidad nunca ha necesitado permiso para existir. Lo que s ha sido forzado y de manera brutal es su ausencia en los relatos que nos cuentan. As que basta de eufemismos: lo forzado fue el silencio, no la inclusi n.


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