Saturday 1 November 2025
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abc - 2 days ago

Luis Sáez: un lenguaje pictórico propio

Fue uno de esos artistas de vocación temprana que parecía tener todo en contra. Luis Sáez (1925-2010) puede considerarse, a su modo, un niño de la no de los que tuvieron que ser evacuados, pero las consecuencias de la contienda civil española llevó a su familia de dulzaineros, sin fiestas en las que tocar, desde Mazuelo de Muñó a Burgos capital, donde muy pronto tendría que trabajar como botones del Casino, entre otras cosas. Aficionado al dibujo, tuvo la suerte de encontrarse en la academia de Educación y Descanso con el profesor y pintor Marceliano Santamaría, que vio las cualidades del adolescente. Una beca de la Diputación Burgos apuntaló sus inclinaciones artísticas, antes de cumplir los veinte años, al ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde aprendió de Daniel Vázquez Díaz y Joaquín Valverde. Un viaje a París al completar los estudios, con paso obligado por el Museo de Arte Moderno, fue para él un «bautismo de fuego con lo más florido de las vanguardias históricas», le produjo «un impacto tremendo», señalaba el crítico fallecido en marzo de este año Fernando Huici en Luis Sáez. El sueño de las armas , monografía sobre el pintor en la serie Artistas burgaleses de la institución provincial (1983). A partir de esa experiencia, «el artista construye su propio lenguaje», apunta Huici, para quien, a la vuelta de París, Sáez ya no era el mismo, «lleva ya latente una transformación radical»: «Ante él se abren dos tentaciones: por un lado, la de sus aún sólidas convicciones académicas, el redil que hace posible el viejo sueño de una dedicación profesional a la pintura y un éxito mundano cuya facilidad pronto comenzará a visl frente a ello se extiende ese mundo inquietante que acaba de descubrir y cuyas claves no entiende muy bien, el de la creación como aventura». Tras una etapa de «tanteos», el autor desembocaría en una «figuración postcubista» y en su particular interpretación de lo real desde el expresionismo, en un lenguaje propio que se iría fraguando en etapas diferenciadas. En una de ellas investigó, a comienzos de los sesenta, las cuevas de Ojo Guareña, una experiencia que, según Huici, no fue decisiva en su creación, pero sí influyó en su «paisaje dramático» y en una pintura de «materia densa, pastosa, que se extiende formando masas, que se araña, se modela». Galardonado con el Premio Castilla y León de la Artes 1990 y reconocido a título póstumo con la Medalla de Oro de la Provincia, este mismo mes de octubre se ha cumplido el centenario de su nacimiento, efeméride recordada en el Museo de Burgos, al que donó 649 obras. De ese fondo integrado por óleos, grabados y dibujos han salido de los almacenes algo menos de medio centenar de creaciones representativas de su trayectoria, expuestas hasta enero bajo el título Bellamente aterrados. Un siglo de Luis Sáez. 1925-2025 , que remite a una frase en la que el crítico Enrique Azcoaga atribuía a su pintura la capacidad de aterrar bellamente. La exposición antológica arranca cronológicamente en los cincuenta del siglo pasado y alcanza hasta los primeros años de los dos mil, con especial atención a su producción a partir de la década de los setenta, la más relevante. Es el momento en el que los motivos de su pintura se tiñen, en palabras de Fernando Huici, de «una sustancia nueva»: «Se trata del mito contemporáneo por excelencia, aquel que más compromete al hombre (…), el mito de la máquina y el de la relación especular y esquizoide que con ella mantenemos».


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