Tuesday 20 May 2025
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eldiario - 11 days ago

Qué tiene que ver el final de La La Land con nuestra perversa relación con el trabajo

El periodista Francesc Miró reflexiona en El arte de fabricar sueños sobre cómo la pasión por nuestro trabajo y la trampa del éxito nos llevan a la frustración, a la precariedad y a la autoexplotaciónAlmodóvar, Bardem y Penélope Cruz firman una carta en apoyo del exdirector de Ficción de Movistar Plus+, Domingo Corral Un hombre termina de tocar una canci n al piano con su mano derecha, a medias. Se detiene, levanta la cabeza y se queda con la mirada perdida. El p blico del local aplaude, salvo una mujer que le escucha, paralizada, desde su asiento. Le dice a su pareja que si se marchan a casa. Se acercan a la puerta. Ella se gira, su mirada se cruza con la del pianista. Se sonr en con los ojos. Tambi n con las comisuras de los labios. Se asienten como si se saludaran. Se dicen que se quieren sin abrir la boca. Se sufren, se sienten. Su complicidad no evita que sus ojos se vuelvan a entristecer. Sus vidas se vuelven a separar. Una vez fueron dos enamorados, y tal vez siempre lo estar n, pero cada uno por su lado. As se dicen adi s Mia y Sebastian, en los ojos de Emma Stone y Ryan Gosling en el final de La La Land. El musical de Damien Chazelle que el periodista Francesc Mir utiliza en su ensayo El arte de fabricar sue os (Barlin Libros) como ejemplo de la perversa, contradictoria y alienante relaci n que tenemos con nuestros trabajos. Sobre todo cuando nos apasionan. La pel cula cuenta la historia de dos j venes que, pese a que se conocen discutiendo en un infernal atasco en Los A ngeles, acaban enamor ndose, hasta que los sue os de cada uno les separan. El de l: abrir su propio club de jazz y tocar todas las noches. El de ella: ser actriz. Si cumples tu sue o, prep rate para estar solo , escribe sobre la lecci n que impregna el desenlace del brillante filme, que define el triunfo como ese lugar al que se llega sorteando los cad veres de los amigos y amantes que hicimos y los caminos. Los sue os y los afectos, seg n la ficci n, se desarrollan aparentemente en dimensiones separadas . Antes de separarse, l le dice que tiene que centrarse en su pasi n. Se inmola dici ndole que tiene que triunfar y que est destinada a ello. No importa que nuestra relaci n afectiva funcione, yo me puedo apartar en cualquier momento, porque t tienes que centrarte en eso , comenta el autor del ensayo a elDiario.es. Francesc Mir describe la escena como reveladora, porque refleja c mo el relato cultural empuja a creer que hay que elegir, a creer que no se puede tener xito profesional y personal a la vez, y pensar que uno vale m s la pena que el otro . El periodista Francesc Miró, autor de El arte de fabricar sueños La profesi n pasa a ocupar un lugar gigantesco en nuestra vida, cuando en realidad est para pagar el alquiler y la comida. Es una forma de ganarse el sustento, pero lo vinculamos a much simas otras cosas, y es entonces cuando empieza a complicarse todo , apunta. Ah operan la realizaci n personal, la necesidad de validaci n y de sentirnos tiles, la fortuna o condena de dedicarte a algo que te guste, y que por ello no importen las horas, los bajos o inexistentes salarios , el tiempo de calidad con los nuestros y nosotros mismos, nuestro descanso, nuestra alimentaci n, nuestro cuidado. Sustentos vitales que intercambiamos por frustraci n, precariedad, autoexplotaci n y alienaci n emocional. La realidad es que, si consigues dedicarte a lo que te gusta, lo m s probable es que acabes autoexplot ndote el resto de tu vida , expone el periodista, antepondr s aquello que te gusta al ocio, el afecto y el tiempo compartido de quienes te rodean. Hasta el punto de que aquello que te gusta se convertir en aquello que te produzca las mayores dosis de infelicidad . Como les ocurre a Mia y Sebastian, y por lo que acu a el concepto s ndrome La La Land , esa creencia de que el esfuerzo tiene una recompensa per se. Y no tiene por qu ser as . El cine como diagn stico Francesc Mir explica c mo el cine ha ayudado a perpetuar esta alienaci n, aunque sin atribuirle toda la ya que recuerda que la ficci n es siempre un s ntoma, no un diagn stico . Hollywood ha afianzado la figura del emprendedor y ha generado un imaginario sobre el que se sostienen los relatos que priman la obligaci n laboral, la plena dedicaci n al trabajo de tus sue os y del espejismo del progreso ascendente sobre el mero hecho de ser feliz . Ah est n los en simos relatos que culminan en happy ending, fijando al s ptimo arte en la meritocracia como generadora de historias de triunfadores en lo profesional y perdedores en lo personal . Ryan Gosling como Sebastian, en el final de La La Land Ciudadano Kane de Orson Welles, El manantial de King Vidor, El hombre vestido de blanco de Alexander Mackendrick son algunos de los ejemplos que lo corroboran. Adem s del cine de deportes, que el periodista emplaza como el g nero por excelencia construido en torno al ideal meritocr tico del triunfo a trav s del esfuerzo , retratado en t tulos como Battling Butler, El colegial, Cinderella Man. El hombre que no se dej tumbar y Rocky. Obras que calan en el p blico porque gusta m s que a un tonto un l piz una buena historia de pringados que triunfan sin medios pero con ganas . Nos identifica con los perdedores, los nadies due os de nada, y nos ense a el camino para salir de pobres , se ala sobre las ficciones que nos hacen creer en la oportunidad, en el milagro, en las posibilidades de un sistema democr tico proclive a la movilidad social en el que todo el mundo puede llegar tan lejos como sus esfuerzos lo lleven . Disney tampoco se queda corto, donde las mayor as de las princesas proceden de la clase dominante o terminan perteneciendo a la nobleza: La movilidad social que experimentan es o bien para recuperar su posici n de privilegio (La Bella Durmiente), o para pertenecer a ella a trav s de un amor rom ntico (La Cenicienta, La Dama y el Vagabundo, Aladdin) . Los triunfadores del cine son, salvo contadas excepciones, hombres, blancos y heterosexuales. Las mujeres han sido borradas del relato meritocr tico. Es mucho m s dif cil que existan pelis de mujeres que tienen un sue o, lo persiguen y lo consiguen , lamenta. Que sean escasos los ejemplos, como Erin Brockovich, la cultura est diciendo a las mujeres: Vosotras no pod is . Los hombres siempre partimos con una ventaja y un refuerzo cultural que nos legitima a dedicarnos a nuestros sue os, y que est mal visto si es mujer , critica. Julia Roberts como Erin Brockovich en la película de Steven Soderbergh Francesc Mir reflexiona sobre la creencia aprehendida de que poner empe o en algo se traduce en un posible ascenso, y en la mayor a de las situaciones no pasa, simplemente estamos convencidos de ello porque el relato cultural narra la excepci n, no la norma. Narra la gente que lo consigue, no la que se queda por el camino . Porque ellos no contar n sus pel culas, ni narrar n sus biograf as, ni a decir si te esfuerzas lo puedes conseguir porque ellos no lo han conseguido y ven que el sue o es, en realidad, un relato que nos contamos entre nosotros para convencernos de que lo que hacemos merece la pena, pero, y si no? . M s all de que, conseguirlo, seg n el autor, no te asegura ser feliz . El trabajo como carnet de identidad La pasi n desordena y nos desordena las prioridades completamente. Y en ese desorden confundimos t rminos y creemos que en el trabajo nos realizamos porque nos apasiona, y no, es lo que nos hace felices lo que nos apasiona , asegura Francesc Mir . El periodista se ala que en esta inercia podemos llegar incluso a desdibujarnos en nuestras profesiones: Tenemos un problema hasta tal punto que nos definimos por l. Decimos: Soy periodista . Y no . Esta convicci n es perversa para el autor, que comenta que en ese centrarnos tanto en nosotros mismos, nos lleva a apuntarnos tanto los xitos como los fracasos, sin tener en cuenta que formamos parte de un todo mucho m s grande con mill n de variables que no tienen nada que ver contigo . Es en la colectividad y en cambiar la primera persona del singular a la del plural donde Francesc Mir plantea una v a alternativa. El autor apuesta por emancipar el relato . Emancip monos del esfuerzo y del sufrimiento porque no sabemos si conducen a algo, pero s lo cansados que estamos y los analg sicos y ansiol ticos que nos quedan en el bl ster , plantea. Adem s de priorizar el disfrute, en conjunto, para que no se nos olvide que, en realidad, todo es compartido : Tal vez as , emancipados de cualquier narrativa que implique conjugar el futuro en singular, nos demos cuenta de que somos lo nico que tenemos .


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