Sunday 26 January 2025
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abc - 15 days ago

Sácate el saco

Escribía Rosa Chacel, con su lucidez tan característica, que la vida de cada uno tiene su cauce singular y lo más frecuente es que ignoremos las vicisitudes de otras vidas que ni siquiera nos fueron tangentes, e incluso que ignoremos las que sí lo fueron. Es el aporte que proporciona la biografía, poniendo, ni que sea fugazmente, el foco de interés y de conocimiento en una vida de la que lo hemos ignorado prácticamente todo. Me ha ocurrido leyendo el libro de Alfonso López Alfonso sobre la vida del asturiano Alejandro Casona, De ida y vuelta . Es verdad, ¿qué fue del dramaturgo nacido en 1903 en el pequeño pueblo de Besullo? Ubicado en el concejo de Cangas del Narcea, Besullo tiene una historia particular al haber convivido en él dos cultos religiosos, el católico y el protestante, a raíz de la llegada al pueblo del filántropo y biógrafo alemán Friedrich Fieldner en 1872, creando la primera comunidad protestante al calor de la libertad de cultos promulgada en la Constitución de 1869. Aquella convivencia de cultos imprimiría en sus habitantes una educación social de hondo sentido liberal y tolerante de la que Casona sería un ejemplo y un testimonio. El dramaturgo conoció el éxito en España con obras como La sirena varada , estrenada en Madrid, en marzo de 1934 por Margarita Xirgu. En ella su autor planteaba el problema más característico de su literatura: la necesidad que siente el ser humano de fugarse a veces por los caminos de la imaginación. La conclusión de Casona en la obra era, sin embargo, muy cervantina: el escapismo, la tentación de la irrealidad muere inevitablemente a los pies de la verdad, es decir, de los hechos. Al parecer la vocación de Casona por la literatura se despertó estando destinado en el valle de Arán en 1928 como inspector de primera enseñanza: «Enamorado y muy joven, yo quería casarme. El sueldo como maestro de escuela era muy insuficiente». Es por ello que se decidió a emprender el destino que le conduciría a Les, un lugar entonces muy extremo del Pirineo, con inviernos largos y duros y una vida obligada al silencio y la reclusión. Allí, con sus libros, en una casa, pese a todo, confortable, Casona descubrió a lo largo de cuatro años la intimidad y con ella la escritura. Pronto se pudo casar con Rosalía Martín Bravo, compañera de estudios en la Escuela de Magisterio. Y del matrimonio nacería su única hija, Marta. El éxito obtenido en el teatro con La sirena varada crecería con la siguiente obra, Nuestra Natacha , estrenada en Barcelona en 1935. Una pieza que se entendió en clave política como símbolo del inconformismo pedagógico que presidió la Segunda República. También se vio como un eficaz contrapunto a El divino impaciente (1933), de José María Pemán, donde se escenificaba la vida de San Francisco Javier y, de paso, se criticaba el laicismo republicano. Casona representaba entonces una tímida renovación de la escena española, pero su autor era muy consciente de que la verdadera transformación escénica procedía de la mano de Federico García Lorca. Sin embargo, aquella ingenua fábula progresista, representada con frecuencia en las concentraciones de descanso de los milicianos durante la guerra, sería el motivo principal de su exilio, en febrero de 1937, junto a su mujer y su hija, estableciéndose en Buenos Aires. Desde allí intentó convencer a Paulino Masip de que lo siguiera, aunque este último optaría finalmente por México, donde escribió el Diario de Hamlet García (1944) dando cuenta del desconcierto moral que sintieron tantos ciudadanos españoles atrapados en una catástrofe sin precedentes. Casona regresó a España en 1963, urgido por su mujer quien veía en la vuelta una solución al problema conyugal sobrevenido. Porque el escritor en Buenos Aires se había enamorado tiempo atrás de la actriz Blanca Tapia, de la que se sabe muy poco, y «hasta las piedras sabían que Alejandro mantenía una relación con ella», según una carta de la época, recogida por Alfonso López. En todo caso, la buena sociedad porteña hacía el vacío social a Blanca, mientras que a Casona –el dramaturgo que enlazaba los éxitos teatrales, uno tras otro ( Sinfonía inacabada , La dama del alba , Los árboles mueren de pie …)– se le seguía tratando con naturalidad. Rosalía, por su parte, enfermaba cada dos por tres y la vuelta a España suponía para ella una salida al problema planteado. Con lo que no contaba era con que Blanca seguiría a Casona, aunque murió al poco de llegar a Madrid sin que sepamos el motivo ni el lugar de su fallecimiento. Meses después, la hija de Carmen Antón se encontró a Casona en el Café Gijón. Este la saludaba siempre en Buenos Aires al grito de «¡sácate el saco, si no sos un cobarde!», pero el grito esta vez apenas salió de la garganta del dramaturgo. Al preguntarle qué le sucedía, este le contestó: «Se me ha roto el corazón» y todo parecía indicar que era la muerte de Blanca la responsable de su tristeza. Se diría que volver a España no fue una buena decisión. Su teatro recibió críticas de toda clase. Para unos tenía el valor que se da a una dramaturgia de valores universales, mientras que para los jóvenes estaba fuera de su época, en las antípodas del compromiso social de autores como Antonio Buero Vallejo, Alfonso Sastre o Fernando Arrabal. Se le consideró, como se hizo en general con los exiliados que regresaron antes de tiempo, un hombre que había claudicado de sus principios. «Yo no he claudicado de nada», le diría a un periodista, con su bonhomía habitual. Pero la suerte estaba echada. Falleció del corazón poco después, en septiembre de 1965. En los dos años siguientes murieron su mujer, Rosalía y también su hija. Ahora, con la biografía de Alfonso López, Alejandro Casona ha obtenido una pequeña, tal vez ínfima, victoria sobre el tiempo, pero quién sabe si la decidida Natacha sigue entre nosotros, luchando por el futuro.


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