Wednesday 12 February 2025
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abc - 8 days ago

Julia Navarro: «Nunca habrá muros suficientes para frenar a las personas que huyen de la violencia, de la guerra y del hambre»

No es la primera vez que Julia Navarro (Madrid, 1953) habla en sus novelas del desarraigo, pero nunca lo había hecho desde el punto de vista de un menor de edad. En su última obra, El niño que perdió la guerra (Plaza Janés, 2024) , el protagonista principal es Pablo, uno de los muchos menores que fueron enviados a Rusia antes del final de la guerra civil española por el miedo a la victoria de Franco y sus posibles represalias, aunque en su destino, en la Unión Soviética, se encontraron con un régimen totalitario igual o peor que el franquista, como fue el estalinismo. Esa historia es la que ya conocen y conocerán muchos lectores que este jueves se acerquen a la presentación del libro que la autora madrileña ofrecerá, a partir de las 19.00 horas, en la sala de conferencias de la Biblioteca de Castilla-La Mancha en Toledo . Una novela muy ilustrativa para conocer los riesgos de los totalitarismos en unos tiempos, como los actuales, en los que la incertidumbre y una excesiva polarización están ganando terreno a la educación, la cultura y la ciencia, valores esenciales para el bienestar de una sociedad avanzada. -En el caso de Pablo, el pequeño protagonista de su novela, el refranero español «de madre no hay más que una» no se cumple al cien por cien, ¿no? -Pablo, dentro de la mala suerte que tiene en la vida, tiene la suerte de tener dos madres: una biológica, a la que siempre querrá y nunca olvidará y ella a él tampoco, y una madre de acogida, que le va a acompañar en el camino de la vida, mientras va creciendo y se va haciendo un hombre. Es decir, la maternidad va más allá de la biología. -Viendo la historia de Pablo y la de otros muchos niños, jóvenes y adultos que se vieron obligados en el siglo XX a dejar su país huyendo de la guerra, de la pobreza y del miedo a represalias, o tan sólo porque buscan un futuro mejor, ¿quizá así sea más fácil empatizar con muchos migrantes que llegan a nuestras tierras. -Ese es mi discurso y lo que yo llevo diciendo y repitiendo durante mucho tiempo. Los niños que, como Pablo, salieron de España al final de la Guerra Civil, no lo hicieron por iniciativa propia, sino que fue algo que decidieron sus padres porque querían librarles de los estragos del conflicto y con la esperanza de que todo acabara, regresaran. Los que fueron a países europeos sí que lo pudieron hacer, pero los que se marcharon a la Unión Soviética no porque, con la victoria de Franco, era algo imposible. En todas mis novelas hay algunos elementos que tienen que ver con mis preocupaciones, como son la libertad, la identidad o el desarraigo, algo que se puede ver hoy en día y que ha pasado a lo largo de los siglos, que es el hecho de que hay muchas personas que se tienen que marchar de sus países huyendo de la guerra, de la violencia, de la miseria, … La cuestión es que actualmente el problema de la inmigración lo vemos en directo y los medios de comunicación dan cuenta de esta gran tragedia, sin que se tomen medidas para acoger a estas personas con la dignidad que se merecen. -¿Qué le parece, en este sentido, que la inmigración sea ahora un arma política para ganar votos y movilizar el odio contra los más vulnerables? -Lo único que me puede parecer, que es que me producen un enorme rechazo los gobiernos y los partidos políticos que tienen a la inmigración como en su punto de mira y que quieren levantar muros y barreras para la llegada de inmigrantes. Nunca habrá muros ni barreras suficientes para frenar a las personas que huyen de la violencia, de la guerra y del hambre en búsqueda de una vida mejor. -Malos tiempos aquellos que narra en su novela, aunque si nos fijamos en la actualidad, no sé si son muy halagüeños los que se avecinan. ¿Cree que debemos prepararnos para cosas malas, al nivel de lo ya sucedido entonces? -La sociedad de hoy tiene problemas que, en algunos casos, nos pueden recordar a los de antaño. Deberíamos aprender de las lecciones de la Historia, pero nunca terminamos de aprender del todo del pasado. De hecho, los regímenes totalitarios y autocráticos siguen estando presentes en la actualidad, tienen maneras y discursos diferentes, vivimos en la era de las nuevas tecnologías y todo es diferente a lo que sucedió entonces, pero el fondo de algunas políticas e ideologías sigue siendo el mismo. -La cultura y la libertad de expresión son dos de las principales víctimas de los totalitarismos, como se refleja en su novela. Ahora hay mucha gente en España que denuncia la falta de libertad de expresión. ¿Está de acuerdo con una afirmación tan rotunda como ésta teniendo en cuenta de donde venimos? -Los autócratas y los dictadores, lo primero que hacen es cercenar la libertad de los ciudadanos y dentro de ella la libertad de expresión, de creación y de disentir contra la opinión impuesta. Esto no es nada nuevo, sino que es tan viejo como el mundo, pero si miramos a nuestro alrededor, hay muchos lugares en los que, desgraciadamente, sigue habiendo dictaduras y autocracias. En definitiva, al poder nunca le gusta que le critiquen, pero en España aún lo podemos hacer, afortunadamente. -Las que sí vivían una «doble dictadura», como dice en su novela, son los dos personajes femeninos protagonistas, Clotilde y Anya, por sus padres y luego por sus maridos. Afortunadamente, las cosas han cambiado mucho para las mujeres, ¿pero cree que todos los logros y derechos adquiridos por el feminismo en las últimas décadas pueden sufrir un retroceso? -Es evidente que la situación de las mujeres en este siglo y en estos momentos no es la misma y es evidente que no se pueden hacer paralelismos con lo que sucedía en los años 30 del siglo XX. ¿Esto significa que la causa feminista ha logrado todos sus objetivos? Obviamente, no, porque todavía hay muchas batallas que librar. Mientras haya una sola mujer en el mundo que no tenga las mismas oportunidades e igualdades que los hombres, habrá que seguir luchando. -Ahora, que desde algunas tribunas se blanquea el franquismo y que los jóvenes, y no tan jóvenes, apoyan cada vez más ideas totalitarias, ¿por qué y para qué recomienda la lectura de su novela? -Hay que conocer el pasado para entender el presente y para saber de dónde venimos. El problema es que los jóvenes están alejados de la realidad y no tienen la información suficiente y oportuna, lo cual es muy preocupante. Por eso, yo, cuando escribo, lo que intento es no dejar indiferente al lector, sacudir su conciencia para que saque sus propias conclusiones. En esta novela, en concreto, hay elementos para reflexionar sobre lo que significa la falta de libertad y los regímenes totalitarios, que son asuntos irresolubles y que son eternos. -En este sentido, ¿cree que es y ha sido un error que en los programas de estudios de las asignatura de Historia de nuestro país la España del siglo XX siempre haya pasado tan de puntillas? -Lo que a mí me parece es que es un error imperdonable que las Humanidades hayan quedado relegados en los currículos escolares. La Historia, la Filosofía, el Arte, la Literatura, … son asignaturas que ayudan a conformar un pensamiento propio y a ser ciudadanos críticos para comprender la realidad. Sin embargo, también creo que esta no es una decisión inocente por parte de quienes, gobierno tras gobierno, han ido dejándolas a un lado.


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